José Luis Tudela, víctima damnificada por el sistema educativo.
(Este artículo va dedicado al concejal competente en la materia)
Me habla mi amigo Marcial (voussavez, aquel de los vecinos “silenciosos”: léase mi artículo anterior, en caso de dudas) sobre su estimada localidad de residencia, que él ha rebautizado con el topónimo de Coprópolis con todo el cariño y un no sé qué de apagada resignación. No hace falta que diga a mis avisadas lectoras (y lectores, que alguno habrá) que esta finura inventada por Marcial pretende aparecer como un helenismo compuesto por dos preciosos étimos procedentes de la lengua griega:
-“Polis”, que algunos traducen como ciudad, significa el conjunto de ciudadanos que conviven con normas comunes, término incluido en afortunados vocablos como metrópolis, megalópolis, policía, política e, incluso, Estambul. Recupero el resuello, en este punto, para recomendar encarecidamente, sobre este tema concreto, el artículo del profesor Bartolomé Salmerón, publicado recientemente en esta misma revista, es decir, más abajo.
-“Copros” es, como dicen mis amigos valencianos, una altra cosa…Aprovecho para enviar un saludo y un abrazo de fuerte apoyo a todos los habitantes de Valencia y vecinos del término de Letur que tan mal lo están pasando en estos momentos. Coprópolis sugiere el nombre de un complemento vitamínico, de esos que se toman en pastillitas y suelen prometer la fuerza de un potro asalvajado, pero no. Si alguien desea tomar Coprópolis en pastillas, o a mordiscos, allá él, que coma, pero que luego no se queje. Marcial sabe lo que dice, porque “copros” es, en griego, mierda, basura, excremento, detritus, desecho, inmundicia… un asco.
De esta manera, Coprópolis significa, sensu stricto, “la ciudad de la mierda”, o “de la basura”, al gusto. Menudo es mi amigo para calificar a su pueblo, pero con cariño, eh, y con cierta erudición.No da puntada sin hilo, el sinvergüenza. Describe Marcial, a quien quiera escucharlo, la situación poco higiénica de la mayoría de calles de su ciudad, con rincones repletos de desechos propios de una civilización avanzada, no lo niego, pero muy guarra, dice él (ya ven que no ahorra en adjetivos). En ciertos lugares, que podemos llamar “rutas caninas”, apenas se puede poner un pie en alguna baldosa libre de deposiciones de los tusos, que sus dueños, por lo visto, no recogen, como buenos copropolitanos. Si sólo fuera eso… A veces la recogida municipal de basuras y desperdicios está por demostrarse, y en días de viento lo más volátil, verbigratia los plásticos, navega por el aire hasta prenderse en rejas, vallados y balcones como camisas viejas y mugrientas en la alambrada de un puerto olvidado. Cuando funciona, en contadas ocasiones, el servicio de limpieza, se evidencia entonces la escasa urbanidad de algunos habitantes, que dejan caer sus desechos en cualquier lugar que les parece, fuera de los contenedores, claro que sí. Y Marcial no deja de contarme: no se puede salir del casco urbano de Coprópolis sin tropezar, metro más, metro menos, con múltiples vertederos ocasionales en donde muchos de sus habitantes, consumados consumistas, depositan fervientemente sus detritus más variopintos: escombros, bolsas de basura, electrodomésticos estropeados, enseres inservibles, envases de plástico (el plástico, siempre el plástico), y hasta un bidé usado, de forma que la ciudad, tan civilizada, no sólo está repleta, sino completamente rodeada de basura.
Se puede afirmar, sin temor a equivocaciones, que, si se pudiera extraer por el aire, de golpe, toda la basura acumulada de Coprópolis, como quien despega dos piezas, se obtendría, en la amalgama de detritus, un calco casi perfecto del trazado urbano, dice mi dilecto amigo.Qué ocurrencia. No hacen falta más mapas.
No es que no dé crédito a lo que me confiesa Marcial, pero me quedo más tranquilo rebajando la intensidad de sus afirmaciones. Por eso, siempre le reprocho que él habita (vivir es otra cosa) en una de las peores calles, en cuestiones de limpieza, que si viviera más hacia el centro, rodeado de “gente de bien”, ciudadanos de buen votar… También le critico que salga a caminar por los peores senderos, aquellos que los más desaprensivos copropolitanos utilizan para descargar sus escombros, o sus perros. Tal vez debería quitarse las gafas para salir de casa. Me rebate, tozudo, mis apreciaciones, y amenaza con no contarme más. Tú no sabes lo que es eso, no vives en Coprópolis. Ah, si supieras, Marcial querido…
En fin, tomémoslo como una fábula más, pero sin zorras (o no), porque cualquiera puede ser copropolitano. En efecto, Coprópolis no debe de representar otra cosa que un resumen de este mundo desvalido y frágil, en su espectacular caída hacia la inmundicia.Ya no sé… Por suerte o por desgracia, mi pobre conocimiento suele confundir tiempos, personas, lugares, de forma que lo que me cuenta mi buen Marcial puedo haberlo leído en un fragmento de Ítalo Calvino, haberlo vivido en persona en mi propia ciudad o, simplemente, extraerlo de la nebulosa de mis sueños.
Ya veré. En otra ocasión hablaremos de la coprofagia.