Revista "La Mandrágora" – IES los Albares

Leed, malditos

 

Jose Ramón Ramírez Torrano (profesor de Geografía e Historia)

Muchas veces y desde hace bastante tiempo me pregunto que si la lectura, es decir, la acción de leer sigue teniendo ese grado de nobleza y sosiego que siempre le he supuesto. Del mismo modo y en tiempos menos pretéritos observo que el acto de leer en su acepción más simple “pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados” disminuye entre el público en el que me muevo diariamente, a veces con entusiasmo y alguna vez casi como un ser agotado, desprovisto de alma, sin voluntad, paralizado, estupefacto, aunque no sorprendido.

 El principio de simplicidad que rezuma en todo lo que es la vida del ser humano, en los actos y circunstancias que en todo momento se enfrenta una persona, considero que la dualidad en sí misma explica muy sencillamente cualquier situación. Esta consideración me lleva al viejo convencimiento que tan solo hay dos formas de leer: una boca arriba y boca abajo. La primera sería algo lúdico, de cama, playa o sofá, de fuerte carácter hedonista, en definitiva de pasatiempo o mero gozo; y la segunda sería la de silla, codos y escritorio, llena de estoicismo y aproximación sesuda.

Es indiscutible que la literatura que nos haría volar es la primera; muchos hemos cruzado el antiguo Egipto de Sinuhé, fuimos tras Moby Dick, navegamos en el Nautilus u otras narraciones que nos divirtieron, nos hicieron soñar y seguro que calmaron nuestro espíritu luchando contra ese “diablo” que todos llevamos dentro, unas veces aletargado, imprevisible y otras despierto, temible y preparado para arrasarlo todo y a todos. Este tipo de literatura es muy digna de loa porque hace vivir a quienes les falla la vida. Ahora bien, quitando pretensiones elitistas en mi convencimiento quiero reivindicar la segunda forma de leer, la exigente e indispensable.

Muchas veces los libros no tienen que procurar siempre un placer inmediato, hay libros “clásicos” de extrema necesidad, que requieren de un esfuerzo muy considerable de intelección; nos debemos aproximar a ellos con una lectura sosegada, crítica y activa; pero también con un voluntarismo placentero. Son textos y libros que han luchado contra el olvido, que se han salvado de la barbarie y la tiranía; por eso tienen un estatus de sacralidad. En actualidad, rechazamos esta literatura por la enorme distancia que existe entre su tiempo y el nuestro; la superficialidad y vacuidad que buscamos hoy son obstáculos para la honda, sobria y densa forma que tienen estos clásico de revelarnos quiénes somos en realidad y enfrentarnos a nuestros miedos; Platón nos los recuerda, lo bueno es difícil(to kaló eínai dyskolo) y también Chesterton, las “nuevas ideas son fragmentos rotos de viejas ideas”

Lo dicho me lleva a afirmar que no creo en la dicotomía de alta o baja literatura; solo en la buena y la mala. Un nefasto y pésimo poema puede ser para la emotividad humana tan dañino como una insulsa novela negra; todo es cuestión de calidades. Se trata de esfuerzo y voluntad, de la recompensa de superar la fatiga de leer con el placer que proporciona el acto en sí mismo; es decir leer para descubrir lo infinito. Lo más difícil de conocer es conocerse, tal como reconocía la escuela pitagórica.

Lo único que podemos hacer para alcanzar la recompensa de conocernos es perseverar, resistir y responsabilizarnos en la lectura, boca arriba o boca abajo, porque hubo hombres y mujeres que nos enseñaron mapas y caminos seguros, para cruzar los malos tiempos, mirar los que somos, fuimos y seremos.

 

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