Revista "La Mandrágora" – IES los Albares

Ábregos

 

Manuel Martínez Morote (profesor de Geografía e Historia)

Han regresado los ábregos, ausentes en otoño, como a veces vuelven los hijos pródigos. Templanza húmeda y atlántica algo adelantada a sus fechas de primavera, circunstancia que obliga a los hombres a ponerse al abrigo del temporal, a buscar cobijo bajo techo mientras se rememora cuánto hacía ya que no llovía. Lluvia que traerá bonanza al campo de secano, estriado de sed y siempre arado para que la arcilla roja y la alágena blanca sean esponja a pesar de su afán por repeler el agua.

No son, es cierto, ábregos puros, pero eso da lo mismo cuando uno siente la lluvia en marzo, cuando la atocha se perla en el día y en la noche y la sabina ennegrece de salud y fuerza, cuando la niebla se adueña de las cumbresy el cielo desciende hasta los pinos recién resucitados.

La lluvia se ha llevado la herrumbre rojiza de la calima. El mundo se ha aclarado de repente. El polvo nómada de los caminos tiene ahora un descanso inesperado, vuelve del aire y de la hoja al suelo, regresa para ser otra vez tierra y barro, y quizás pueda renovar por un tiempo corto el roce de las raíces de las flores silvestres que estallarán este mismo mes, en abril a más tardar. Porque hay ya un manto de yerbas espontáneas que no tienen espera y brillan imparables en la pujanza de su verde esperanzado, radiantes a pesar de la ausencia del sol, del color gris que se ha hecho dueño de los aires.

¿Quién podría imaginar hace poco, este derroche de la vida, estas semanas que parecían ya solo pertenecer al pasado?

De espaldas a la ciudad, la naturaleza descansa mientras llueve, preñada de eternidad y lentitud. Uno se da cuenta de este suceso cuando se marcha en soledad a sortear sendas embarradas y lapiaces encrestados,  notando que el ritmo de la vida se ralentiza al compás  de los golpes de millones de gotas de agua que caen sobre la roca y la madera, sobre los hombros, en el pecho y en la espalda, en las hojas mínimas del tomillo, nuevas como un milagro descomunal, sobre las tejas caídas de las antiguas casas abandonadas del campo y de los montes,  y sobre las ruinas de sus hornos antiguos y sus aljibes colmatados; todo se va tornando entonces de la paz y la armonía que serenamente otorga el retiro buscado.

Veo en mis alumnos y en mis compañeros el ánimo abatido tras días seguidos de temporal. La querencia al sol es más fuerte que todas las cosas. Es como si la tristeza creciera en los corazones aun siendo conscientes de la necesidad extrema de lluvia que siempre tiene este territorio. Sobre las calles, las personas deambulan incomodadas, sin hábito para sortear charcos y evitar enfriamientos. Es un mundo aterido e inseguro, un lugar que resulta incluso ajeno, desapacible,impedimento insoportable para la vida en las terrazas de los bares y en las plazas, en los paseos; un obstáculo para casi todo porque quizás, en esta existencia de plástico y pantallas en la que vivimos, en las soledades disfrazadas de miles de seguidores desconocidos de las redes sociales, adoradores de hechos intrascendentes, se ha ido dando la espalda a la naturaleza, a sus ritmos y ciclos, sustituyéndola sin mesura ni equilibrio por verdades que no lo son. Se van borrando poco a poco las palabras antiguas que nos unían con las entrañas de los cielos y de la tierra.

Sin embargo, después de la lluvia tornarán algunos manantiales a manar y hasta allí regresarán a libar el néctar de la vida los animales. En los huecos kársticos de la caliza y la dolomía se volverán a formar calderones con el agua caída, de dónde antaño bebían los pastores en caso de necesidad. Florecerán el tomillo, el romero y la ajedrea, y en la profundidad de la roca seguirán creciendo estalactitas y estalagmitas. Se recargarán los acuíferos y en las umbrías podrán las orquídeas ofrendar su belleza entre el musgo de terciopelo y la jara tenaz.  Explorará la abeja el universo amarillo de las aliagas y el lentisco extenderá su olor a esencia medicinal por los espartizales. Todo habrá de ser, surcará el hilo de la araña el aire limpio de entre las ramas, y se irán esbozando como briznas nerviosas, ahora sí, los destellos maravillosos del sol recién nacido.

Un comentario en «Ábregos»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This website uses cookies and asks your personal data to enhance your browsing experience. We are committed to protecting your privacy and ensuring your data is handled in compliance with the General Data Protection Regulation (GDPR).