José Luis Tudela (profesor de Griego y Latín).
El primer filtro de la vida es la mitología. Y créanme que no se necesitan muchos más.
En estas líneas voy a escribir de dioses, de cíclopes, de un cuervo, de una joven preñada y asesinada, de un centauro y de un médico recién graduado que necesita moderarse un poco, pero todo esto solo servirá para conformar (o, si alguien lo prefiere, distraer) el verdadero tema, que se haría evidente si el lector se alejase un poco, como ante un paisaje. Adentrémonos, no obstante, en el bosque.
Según Eratóstenes, Apolo mató a los Cíclopes, Brontes, Arges y Estéropes, con una de sus flechas, inmortalizada en el firmamento en forma de pequeña constelación: Sagitta, que puede observarse próxima a Altair. Zeus consiguió revivir a sus Cíclopes, concediéndoles la inmortalidad, para que siguieran fabricándole rayos, pero el dios de la luz tuvo que purificarse de su crimen (y ocultarse dela ira del padre) sirviendo como esclavo de un mortal durante un año completo. Apolo escogió como señor a Admeto, uno de los Argonautas, a quien concedió pingües beneficios y cierto grado de cariño.
Pero tampoco es esto lo que quería contar.
En la Mitología Clásica todo son senderos bordeados de una extraña maleza, sugerencias que se enredan en unas palabras que, por supuesto, parten de la lengua griega y se nos hacen inextricables, porque a veces no sabemos, o no queremos saber. Al final, si se tiene paciencia, se llega, pero lo importante no es la meta ansiada, que se revelará como otro cruce de senderos, otro punto de partida, sino esa acumulación de sonidos e imágenes que el viajero (válgame esta expresión para denominar a la persona sedienta de mitos) va atesorando entre sus manos.
Apolo mató a los Cíclopes porque, previamente, Zeus había fulminado con un rayo a Asclepio. Este no fue parido por mujer, sino extraído del vientre de su madre (como tantísimos otros, recordemos la técnica cesárea). Cuenta Ovidio que el divino Apolo amó a la hermosa princesa lapita Corónide, o Coronis (KorwniV), y que ésta quedó preñada de él. Sin embargo, la muchacha decidió catar otros labios, cuando le estaba vedada toda relación, salvo con el dios luminoso. El cuervo voló rápido hasta Apolo y le reveló la infidelidad, con lo que éste se disgustó tanto que, después de maldecir al cuervo como ave de mal agüero,decidió atravesar “aquel pecho unido tantas veces con su pecho”, como narra el poeta, y así mató a Corónide. Al momento, se arrepintió de su acción, aunque ya era demasiado tarde, pero al menos salvó al neonato arrancándolo del vientre de la madre ya difunta y lo entregó, para su oportuna crianza, al centauro Quirón (efectivamente, el de los hospitales: más adelante, todo se aclara).
Quirón sabía muchas cosas, sobre todo remedios naturales y algo de cirugía, que transmitió a aquel muchacho que llamaron Asclepio, Esculapio para los romanos. Cuando éste ya no era tan zanguango, partió a buscar fortuna por aquellos mundos de la Mitología, cuajados de peligros, monstruos y divinidades. La diosa Atenea, como premio por haber terminado sus estudios con provecho de calificaciones y conocimientos, le regaló una redoma con sangre de la zona derecha de Medusa. No era moco de pavo el dichoso obsequio: esa sangre podía curar enfermedades, si se usaba bien, incluso tenía la virtud de devolver el alma a los difuntos recientes. Evidentemente, la diosa Atenea advertiría a Asclepio de que no debía utilizar la pócima de forma indebida: un mortal nunca debe ir contra la ley del Hades: curar sí, resucitar no, recuérdalo, Asclepio. Los dioses siempre han regalado acíbar recubierto de miel: recuérdense los episodios de Pandora, Jasón o Altea.El joven médico hizo fortuna con el regalo de la diosa, curando enfermos a diestro y siniestro, pero intentó lo que estaba prohibido: los humanos probamos con más afán lo que no debemos.
Tanta fue la determinación que ponía Asclepio en la restauración de almas, y con tan poco disimulo, que el dios del inframundo se quejó a su hermano Zeus de que por obra de un simple mortal, aunque vástago de Apolo,desembocaban muy pocos súbditos en sus dominios. Así fue como el rey de los dioses fulminó a Asclepio y lo envió a ajustar cuentas con Hades, Apolo mató en venganza a los Cíclopes, fue esclavo de Admeto durante un año, Zeus revivió a sus estimados industriales y luego tuvo que permitir la ascensión de Asclepio al Olimpo, como dios de la Medicina, con culto en la isla de Cos y en Epidauro, y todos contentos.
No termina aquí la historia, por supuesto: el dios de la medicina se casó con Epíone, que es la que calma el dolor, y tuvo varios hijos, algunas con nombres suficientemente evocadores: Macaón y Podalirio, héroes médicos en la Guerra de Troya, Yaso, la curación, Panacea, diosa de los remedios, e Higía, que es la que nos preocupa ahora.
Higiene, higiénico, higienizar, higienista, todas ellas palabras procedentes del griego clásico, concretamente por la diosa Higía (Ugieia), hija de Asclepio. Los romanos la llamaban Salus: de ahí otros vocablos no menos provechosos, como salud, saludar, saludador, salutífero, salubre, salubérrimo. Se representa a Higía ofreciendo a quien la observa una copa rodeada por una serpiente, símbolo de la salud.La mayor parte de las veces, basta con sus atributos para invocar su protección: podemos verla copa y la serpiente en toda farmacia que se precie, incluso en vehículos que transportan medicamentos. Todavía conservamos inequívocos restos de la antigua Mitología en nuestra cada vez más prosaicas civilización.
Higía, la salud, la higiene. No esperemos que otros nos curen, y muchísimo menos que nos resuciten: la primera regla de la salud es observar la propia higiene.
Se nota mucho cuando alguien abandona el culto personal de Higía: a partir de ese punto, no hay Panacea que valga, sólo agua y jabón.
En resumen, hay que lavarse, con más frecuencia a partir de las fechas primaverales, porque el calor va incrementándose, estimulando ciertas hormonas y desazones.
Ya basta. Esto es lo que quería decir, en realidad, pero me van a perdonar que, al menos esta vez, no haya sido tan directo desde el principio. La culpa es delos enredos de la Mitología.
José Luis Tudela, mitógrafo higiénico