José Luis Tudela (profesor de Latín y Griego)
Castello di Duino (Italia)
Wer, wenn ich schriee, hörte mich den aus der Engel Ordnungen?
¿Quién, si yo gritara, me oiría entre los coros de los Ángeles?
De mi admirado poeta Rilke, tomo, como un vino lento, el primer verso de sus famosas Elegías de Duino. Hace ciento trece años, con el helor de aquel mes de enero, llegaron a los labios del poeta de Praga estas palabras, como dictadas de lo alto, durante un paseo por los jardines del castillo de Duino. Pasando por alto (nunca mejor dicho) la intensa y significativa figura del ángel en estas elegías, destaca en su primer verso el grito del poeta, o el grito silencioso, más bien una elevada manifestación, mediante la palabra en el pensamiento, la palabra silenciosa, de las cosas de la tierra. Intentaba Rilke avanzar todavía más en el lenguaje, tocar con sus sílabas la belleza, el reino de lo invisible (un poco como nos ha revelado Sócrates) que el ángel ya representa en su plenitud. Sin embargo, en el cuarto verso advierte de que lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible: podemos aventurar una interpretación espuria:para las personas demasiado abstraídas en los asuntos de cada día, sin más trascendencia que el tiempo que limita sus vidas, lo realmente bello deviene incontrolable y doloroso,en tanto que su cobardía apenas les permite acercarse a ese concepto sublime. Las palabras, para esa gente sin pretensiones, significan,en no pocas ocasiones,heraldos atroces, más todavía si se extienden en escrituras, porque ellos no poseen la capacidad de leer, de mirar,de interpretar más allá de meras apariencias. Esta clase de seres suele expresar con acerada contumacia su rechazo, su desprecio hacia manifestaciones que no comprende, porque dañan su sensibilidad, revelan una debilidad extrema que les asquea, y no se sienten dispuestos a aprender más, no tienen esa inquietud. No van a entender que la inagotable combinación de fonemas representa el infinito que se expande, como aire dentro de un globo, como el Universo, y que de esa incomprensión, de ese choque con la auténtica realidad,sobreviene su propio grito.
En el mismo escalón, hay que tener presente que, dos décadas antes de que Rilke comenzara sus Elegías, Munch había acabado su primera versión pictórica de El grito. Existen innumerables interpretaciones de esta obra, no tan compleja como la poesía de Rilke, pero igual de enigmática y conmovedora, salvando las distancias. El grito de Munch podría expresar el horror ser humano cuando se enfrenta, por fin, a lo desconocido, bello o primordial, tópico semejante al que también Lovecraft intentaba trasladar sus relatos, lo terrible de la naturaleza en todo su esplendor, que es bella por eso, aunque inhumana si no se logra comprender. No es el grito del vate revelado desde la primera Elegía de Rilke; tampoco el grito que quiero desvelar en estas torpes líneas.
Bajemos muchos escalones. Hasta aquí.
Estamos enseñando, por defecto, a nuestros sucesores y posibles herederos, a gritar bien alto, no a expresar, en todos los sentidos. Este sistema educativo nuestro se hunde miserablemente cuando intenta adaptar sus aspiraciones no alfuturo de la Humanidad, sino al futuro más ruin y diminuto de cada humano, unas expectativas que costará poco trabajo destrozar al tiempo que sobreviene feroz como un golpe de estío. Son expectativas que no suelen ir más allá de la puntera de un zapato. Y este es el grito que rompe un silencio necesario para la reflexión: el silencio que movía las cuerdas del arpa, el que debe llenar los corazones de los niños, el que hará crecer los álamos.
Lamento mucho el mundo que me rodea con sus alaridos espasmódicos, que desplaza el silencio hacia mi interior. Oigo, sin embargo, los gritos de los niños, no hacia afuera, porque no se lo permiten las pantallas digitales que en sesión continua absorben su tierno entendimiento, sino hacia adentro de ellos. Oigo a veces sus gritos más recónditos: en esos interiores hay seres que reclaman más silencio, menos brillos, menos ruido, un espacio para los pensamientos, los sueños, los mitos.
No somos capaces de apagar las estridencias, por más que se diga que por hablar más alto no se tiene más razón. El horrorvacui asfixia la vida.
Por más que se confirme que lo que está presente en todos sitios no tiene por qué ser más cierto, o más justo. Ni mejor. La omnipresencia es abominable.
Por más que se sufra la iniquidad del mal que permanece en el tiempo durante años, siglos o milenios, sin que nadie consiga cambiarlo. El tiempo se hace piedra pesada, húmeda, sucia.
Si miramos bien, si tenemos el valor de asomarnos a los cerebros de los que nos gritan desde los brillos azules, desde las redes vacías, nos daremos cuenta de lo que significa la nada, la Humanidad multiplicada por cero.Esos niños y jóvenes de hoy llevan camino de convertirse mañana en botes vacíos que resonarán fuerte al mínimo golpe.
Esa oquedad que tienen los sueños vanos.
De los coros de ángeles que escribía Rilke, ya ni hablemos.
José Luis Tudela Camacho, silencio.
Post data: El título se basa en una conocida versión libre de una sentencia del gran sabio Alfonso X de Castilla y León: Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen.
Brillante!! Gracias 👌
Gracias a quienes lo leéis con el conocimiento.
Preciosa reflexion!!. Que pena que por tanto bote vacio no llegue a todo el mundo. Me ha encantado!!!
Muchas gracias por leernos y por sus palabras. Un saludo.