Manuel Martínez Morote (profesor de Geografía e Historia)
Cada día de docencia me encuentro con alumnos que muestran su incomodo por memorizar. Me preguntan por qué han de recordar datos si para eso tienen a Google, por qué recordar las causas y consecuencias de una guerra o un golpe de estado, de una epidemia o de una hambruna si para eso ya está la IA. Corren tiempos tremendos y peligrosos.
Desde hace algunas décadas, recuerdo, la memoria ha sido denostada, presentada como un aprendizaje inútil y mecánico que además requiere esfuerzo, concentración y tranquilidad. No puedo imaginarme, sin embargo, siendo como soy profesor de historia y devoto en extremo de Macondo, un mundo de seres desmemoriados, impelidos a programas que generan voluntades y ajenos a las respiraciones antiguas de sus padres y abuelos. Quizás sea una batalla perdida de antemano, lo sé, por eso sufro cuando me encuentro en las aulas con la deshumanización que provoca el olvido.
No se puede construir el conocimiento sobre nada, no se puede saber sin memoria. Igual que ocurre con nuestro vocabulario, según como sea nuestra memoria interpretaremos el mundo, la realidad, por supuesto, la historia. Lo que se olvida se pierde, y lo que se pierde no se conoce. ¿Qué defenderemos y a quién? ¿Con qué criterios? ¿Qué relataremos a nuestros hijos más allá de la necesidad de publicitar lo intrascendente y cotidiano en los perfiles de las redes sociales?
Somos menos personas, pienso yo, cuando perdemos una cualidad inherente a la humanidad, y más todavía cuando lo hacemos de manera voluntaria. Puede que sacrificar la memorización de un conjunto cada vez más amplio de individuos asegure un mejor control del pensamiento. Es probable que el esclavo que no quiere dejar de serlo no memorizara en su momento el nombre de Espartaco, que las laderas del Vesubio solo le suenen vagamente,pero por algo ajeno a la lucha y a la dignidad, que no se perturbe nunca porque todo lo esencial lo desconoce.
Memorizar hace posible la comprensión de procesos complejos. No necesitamos consultar constantemente fuentes porque la base fundamental del pensamiento abstracto se asienta en lo que ya hemos memorizado y aprendido. Ejercer la memoria es tener el control indiscutible de nuestros principios, porque hace posible el análisis crítico de cada situación en la que nos encontramos. La memoria son los cimientos sobre los que levantamos nuestras hipótesis, con ella relacionamos ideas y conceptos, establecemos juicios de valor; en ella encontramos un marco de referencia cronológica, social, institucional. Por eso no puede existir comprensión crítica sin memorización; los padres no pueden ser sin los abuelos, nosotros sin la historia.
Mi admirado García Márquez tuvo la lucidez de hacernos ver que nuestra vida no es la que fue, sino la que recordamos y cómo la recordamos para contarla. Nuestra vida se ancla en la memoria y en la memorización. Hemos progresado porque los libros se abrieron para nosotros y permitieron fecundar nuestros pensamientos con las aportaciones de quienes nos precedieron en las humanidades y en las ciencias. Memorizamos para volver a construir. Busco todavía, de vez en cuando, respuestas aún no dadas en los legajos de los archivos. Ante mí saltan registros, índices, nombres, fechas, testimonios, centenares de datos que conforme voy leyendo relaciono con lo que guardo en mi memoria. No podría hacer nada si nada hubiese retenido. Mi pensamiento sería incapaz y mis resoluciones, irrelevantes.
Memorizar no tiene como misión únicamente registrar. Cuando memorizamos otorgamos a nuestro pensamiento la base conceptual que necesita para poder interpretar. Interpretar es vivir.
Memorizar es una manera de trabajar el propio carácter. Conlleva la necesidad de concentración, la disciplina y la constancia que nos aleja de la falsedad indolente de la inmediatez.
No memorizamos los versos de Antonio Machado para repetirlos mecánicamente, lo hacemos para temblar con ellos en el rumor de alguna fuente solitaria. Citamos 1789 para emocionarnos en la libertad, en la igualdad y en la Fraternidad, para considerar el valor de lucha y el costo de los logros sociales. Nombramos a Nietzsche porque lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal. Memorizamos fórmulas matemáticas y principios químicos porque todo es matemática y química. Repetimos el nombre de los bosques porque gracias a ellos respiramos. Cantamos declinaciones latinas porque con ellas nos enseñaron a expresar el dolor y la alegría las gentes del Mare Nostrum…
Memorizar siempre fue un acto de libertad.
Excelente.
La memoria es la respiración de la inteligencia: a veces no la sentimos, pero permanece latente; si cesa, el cuerpo (la inteligencia) decae, muere.
La desmemoria atrae desgracias.
Muchas gracias por tus palabras, Manuel. Emocionan.
Nos veremos.