Revista "La Mandrágora" – IES los Albares

Como antes de antes (el diluvio de Frigia)

 

 

José Luis Tudela Camacho, seiscientas setenta y nueve palabras (profesor de Latín y Griego)

(…) flexereoculos et mersa palude

ceteraprospiciunt, tantum suatectamanere

Volvieron los ojos y vieron que sumergido en un pantano

estaba todo, que sólo su casa permanecía en pie.

(Ovidio Nasón, Metamorfosis, VIII, 696-697)

 

Uno de los Sabios me dijo que un mal día, hace mucho tiempo, las esperanzas agotadas de todos, acumuladas durante un largo período de oscuridad e ignorancia, desbordaron los cauces “de repente”, convirtiéndose en una terrible inundación de tristeza, de ignominia y desesperación. Humanos y animales tuvieron el horroroso privilegio de contemplar cómo el infortunio desbordado arramplaba con todo, cómo bajaban por los torrentes sus enseres más inútiles, enredados unos con otros, sus sueños, esperanzas vanas, tapando imbornales, atascando cloacas, desaguaderos y confluencias. También me reveló aquel Sabio que las palabras más ostentosas, las más resonantes y huecas, se acumularon en las plazas, en los cruces de las calles, y provocaron un embalse de promesas inertes y deseos podridos que amenazó con engullir la ciudad entera.

Los supervivientes, desesperados, creyeron a quienes apuntaron a la casualidad (precisamente, los mismos que les habían vendido a buen precio esas ensoñaciones desbordadas y los objetos mágicos, falsos e inservibles), llevados por la liquidez de las emociones cuando ya sus cerebros dejaron de conectar con la realidad. Unos pocos muros que quedaban en pie cedieron empapados por un intenso chaparrón de falacias, enredadas con las lágrimas en una mezcla eficaz, lluvia marrón que se evaporó pronto, abandonando en el aire su ánima de desierto de arena; la gente empezó a respirar la finacalima de la mentira como si fuese aire fresco. Un falso oxígeno corría veloz por el torrente de la sangre hasta el corazón y los pulmones; en cada célula, en cada átomo,las razones colapsaron pronto, totalmente secas e inanes, asfixiadas por los embustes.

El primer Sabio regresó al silencio, de donde habían brotado sus palabras, al silencio que duerme detrás de este relato. Entonces Baucis, la mujer Sabia, nos contó que la segunda riada fue todavía peor que la primera. Hombres ciegos, repentinos, casi nacidos de la costra seca regada por el sudor y la sangre (en realidad, ya estaban allí un tiempo antes de los tiempos, invisibles como el mal), Hombres Ciegos guiaron a las masas: hemos visto, hemos visto la prosperidad que está a punto de llegar del cielo a vuestras manos, abrid los brazos para recibirla en forma de monedas, abrid, Dánaes, las piernas. Así croaban continuamente, y los demás creyeron. Al poco tiempo, una tremenda ola de dinero invadió los cauces devastados, anegándolo todo de nuevo, barriendo las últimas esperanzas antes de evaporarse por completo, en muy pocos meses, y regresar a esas hermosas nubes que los humanos siempre han contemplado con una mezcla de estupefacción e ingenuidad. Antes de que desaparecieran del todo los Hombres Ciegos, los habitantes del lugar tuvieron tiempo y monedas suficientes para edificar de nuevo los decorados de su vanagloria, en los mismos y preciosos lugares que antes, en el mismo fangal que había sepultado sus vidas pasadas, sobre esa llanura tapizada de pena. Y lo llamaron Resiliencia.

Con la calma, surgieron del tarquín monstruos devoradores de sueño reclamando carne e intereses vencidos. Como el dinero ya se había evaporado sin dejar rastro, los monstruos se agarraron a los harapos de la gente, semejantes a enormes chinches, pero invisibles a los ojos de sus anfitriones, parasitándolos hasta el final de sus días. Esa es ya otra Historia, alegaron los Sabios. Y callaron.

Luego he sabido que las aguas regresaron a sus cauces, transcurrieron muchas, demasiadas estaciones, meses, años, décadas tal vez, secas como balastos, que dejaron cicatrices en la tierra, entre los pliegues de la piel de los hombres, muy dolorosas, que pronto se hicieron antiguas y profundas. Los hombres, las mujeres se miraron las manos, extrañadas por la extensión de los surcos, y ya no se acordaban de nada. No había ocurrido nada. Ni pena, ni tristeza.

Y todo volvió a ser como antes de Antes.

 

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