Manuel Martínez Morote, profesor de Geografía e Historia
Hace algunos años, el Departamento de Lengua y Literatura y el de Geografía e Historia tuvieron la idea de recoger por escrito los testimonios de vida de las personas mayores de nuestro pueblo. La idea consistía en crear un banco de memoria oral, un lugar donde reposasen los recuerdos de aquellos que, como hoy nosotros, se aferraron a la vida que les tocó; historias de las gentes de Cieza quería ser el lugar donde pudiésemos encontrar a nuestras familias, a nuestros conocidos, con nombres o de manera anónima. Era una manera de acercarnos a la historia que nunca sale en los libros, un modo de sumergirnos en los acontecimientos desde la perspectiva personal y subjetiva de nuestros abuelos y bisabuelos, de nuestros padres también.
Recuerdo que mi compañera Ana Valencia nos comentó la idea a los miembros del Departamento, y con la Directiva del instituto y los compañeros de Lengua, nos vimos en la Esquina del Convento junto algunos alumnos, recogiendo testimonios de todo aquel que quisiese compartir su propio pasado. Así comenzó a tomar forma este lugar del tiempo. Después llegó la pandemia y como tantas veces en la historia, sobrevivir, subsistir fue lo más importante.
Hoy quisiéramos volver a retomar tantas cosas que quedan por contar. Si pudiéramos extender los dedos para que en ellos se posaran las palabras antiguas, si en aire durmieran las voces y los susurros, si los espacios invisibles cobijaran para siempre la primera frase, el último aliento, si todo eso fuese así, entonces sería fácil devolvernos al abrazo, restituir todos los besos, volver a escuchar a los labios que los dieron. Si la memoria no dependiera de la voluntad y la salud, si el viento fuese algo más, entonces no olvidaríamos, pero el hecho es que los nombres y los rostros se van difuminando con el tiempo, que el paso de los años se lleva para siempre la vida de todos nosotros, que la tierra que nos sostuvo nos vuelve a acoger levemente en sus entrañas.
El impulso de esta idea son los alumnos. Ellos van a ser los encargados de recoger y redactar las historias de su familia. A ellos les vamos a proponer en clase que graben los testimonios, con voz y si pueden con imágenes, que pregunten pero que sobre todo dejen hablar. Cuando estas personas entrevistadas hayan fallecido, tendrán para siempre su voz, sus gestos, podrán rememorar el momento especial en donde los mayores que tanto los quisieron, les entregaron la fraternidad en una lección de vida irrepetible. Después, cuando los años discurran rápidos y quede lejos la juventud, cuando todo se torne distante es posible que se vean a sí mismos de vuelta al instituto, cuando sus vidas eran más que auroras y nada podía hacer sucumbir el ánimo.
Nos gustaría también que abuelos y padres se acercaran al instituto y compartiesen con los alumnos sus recuerdos. La fuerza de la palabra puede que sirva para entender el desfase generacional que existe entre personas que nacieron en siglos diferentes, y aunque las experiencias se relaten desde la perspectiva sabia y sosegada de la vejez, transitaremos a otras niñeces, a otras juventudes. Es posible que sea la primera vez que algunos alumnos escuchen la vida de sus mayores, la primera vez que caigan en la cuenta de que no siempre fueron abuelos, que hubo un tiempo donde también ellos temían a la noche porque solo eran niños, criaturas en unas circunstancias en las que en demasiadas ocasiones carecieron de casi todo. Es posible que se percaten del valor de la vida, posible que se reconozcan en los recuerdos del amor y la esperanza de los mayores, y también en el dolor de perder a un ser querido, en todas las emociones y sentimientos universales que definen al ser humano; de vosotros, Joaquín y Javier, me acuerdo especialmente escribiendo ahora…
Uno de mis historiadores de cabecera es Fernand Braudel, con su concepción de Historia de las Mentalidades o Nueva Historia, su visión multidisciplinar, su tiempo histórico y su tiempo geográfico, el tiempo social y el tiempo individual, las relaciones humanas y la percepción que cada individuo tiene de su momento y del pasado. Pacifista, los cinco años que estuvo prisionero en campos nazis no pudieron acabar con el afán de explicar el presente considerando al pasado. Quizás todavía tengamos una oportunidad con nosotros mismos, un nuevo momento para comprender que, como aseguraba el maestro francés, “haber sido es condición para ser”, que siempre “la historia es la maestra de la vida”.