José Luis Tudela Camacho
Profesor de Lenguas y Cultura Clásica y lo que se ponga por delante
Han llegado a mi conocimiento algunas “felicitaciones” por mi anterior artículo publicado en esta revista. Me congratulo por eso, no faltaría más. Parabienes, elogios, ah, vanitas vanitatum, dijo un sabio.
Y también he recibido algún comentario sorprendido por un retrato mío, que yo pensaba que iba a acompañar a estos escritos, pero esto es harina de la otra parte del burro.
Se conoce que a cierta gente le gustan los asuntos de zorras. Me refiero, es evidente, a las fabulosas aventuras de estos cánidos (y otros animalillos que campan a su aire por los albores de la Literatura).
Tampoco han faltado personas que han echado de menos, entre mis descaradas y pobres líneas, una puntita más de ácido, dos o tres puñados más de buena pólvora en la base de la bala, a ver si pudiera llegar más lejos.
No voy a defraudar a nadie. A las zorras tampoco. Atacaré bien la culebrina, si se me permite, y dispararé un limón bien lejos y bastante verde, pero con todo su ácido.
Para empezar, confieso que soy una zorra que se desanima pronto. Me explico.
No se me tome al pie de la letra. Algunas me conocen demasiado. Vamos al grano, que hasta ahora todo ha sido paja y granzas en el molino.
Hubo una zorra en un cuento que tenía un hambre para comerse un caballo entero, de un bocado. Pero no encontró caballo ni burro, sino una parra con racimos de uvas bien hermosos, aunque muy altos, eso sí; e lpobre animal intentaba llegar a ellos, supongamos que saltando o abalanzándose, con resultado muy decepcionante:
Alópex limóttusa, hos ezeásato apó tinos anadendrádos bótrias kremaménus, ebuléze autôn periguenészai kai uk edínato.
He decidido, después de que alguien me recordara que la inmensa mayoría de mis lectores, posibles o ciertos, no sabe o parece que no sabe leer griego, trasponer las hermosas grafías helenas al alfabeto latino de la forma que me ha parecido más acertada, dentro de mis limitaciones; no sé si hago bien, pero ahora al menos se puede leer, supongo: para quien quiera saber, alópex, por ejemplo, significa “una zorra”.
Apal.lattoméne dè pròs heautèn eîpen: “Ómfakés eisin”.
Y la zorra, que sospechosamente era muy humana, dijo para sí misma mientras se alejaba, con cierto desánimo: “Bah, están verdes”.
Han leído bien: “Están verdes”.
No pudo alcanzar su objetivo, por torpeza o impotencia, o lo que fuera, e intentaba convencerse de que era vana su pretensión, o que no merecía la pena: “Están verdes”.
Confieso que, si no consigo descifrar un texto, una línea, de una lengua que se supone que domino, yo también digo para mis entrañas están verdes, y me quedo más tranquilo porque justifico mi impotencia. Excusatio non petita… dice el proverbio.
Confieso que, al intentar, en lo más cálido de una tarde de agosto, una simple demostración de la hipótesis de Riemann, y no poder conseguirla porque se hacen las siete y había que haber merendado, pienso: están verdes.
Cuando leo, o escucho, y no comprendo, porque no llego a la profundidad que se requiere, y no me apetece adquirir la competencia necesaria: están verdes.
Y, lo más triste, cuando no he podido transmitir a algunos alumnos los conocimientos de mi supuesta ciencia: están verdes.
¿Pero de dónde sale tanta uva verde? ¿Y por qué no están al alcance de las zorras?
Confieso, sí, confieso que soy de esa clase de zorras, y sospecho que hay más animales de este pelaje merodeando por los alrededores de nuestro oficio, y no sólo zorras.